El mayor error no es elegir mal. Es no corregir a tiempo.
La gente con la que trabajas puede llevar tu reputación al cielo o arrastrarla por el barro.
Lo viví hace unos días.
Uno de los operarios con los que colaboramos hizo una broma que me dejó pensando.
Dijo que yo le había hecho volver a una obra para molestarle.
Que como “él sabía más que yo”, pero yo estaba al cargo, quería darle una lección.
Como devolvérsela por ese comentario que había hecho hace unos días atrás.
Estábamos trabajando en la obra.
Y este señor lleva trabajando de esto décadas.
Yo reconozco su esfuerzo y me sincero diciéndole que él sabe más que yo.
Pero aprovecha esa idea para imponer lo que (según su criterio) está perfecto.
Y la perfección la decido yo porque es mi empresa.
Con flexibilidad, entiendo que él no comparta mis estándares de calidad, pero hay algunas cosas que no tolero.
Soltó ese comentario y no lo dijo con maldad. Pero tampoco con respeto.
Y ahí supe que me había equivocado eligiéndolo.
No por cómo trabajaba.
Sino por cómo pensaba.
Porque si dentro de tu equipo alguien llega a imaginar que eres capaz de hacerle perder tiempo —a él, al cliente y a tí mismo— solo por orgullo…
Esa forma de pensar es tóxica.
En mi empresa no se trabaja para cumplir.
Puedo entender que haya gente que se conforme con menos.
Puedo respetarlo aunque no lo comparta.
Aquí no se buscan las 4 estrellas. Se persiguen las 6.
Cuando construyes algo con tu nombre, elegir bien a tu equipo no es opcional.
Es obligatorio.
¿Tienes a alguien cerca que sabes que no encaja, pero sigues aguantando por evitar la conversación difícil?
Respóndeme. Te estoy leyendo.